lunes, 18 de octubre de 2010

Beatrice

O fortuna
Velut luna.
Carmina Burana

Cuando la conocí, tocaba el violonchelo en una reputada orquesta de música clásica. Tenía buen sueldo, se permitía caprichos y vivía en un apartamento de diseño en pleno centro de la capital. Algunas tardes, me llamaba para que fuera a su casa. Me recibía desnuda, escondida tras el violonchelo y me ofrecía un concierto privado de música clásica. Los primeros días, el concierto no pasaba de las primeras cuatro notas, y acabábamos dislocándonos el uno al otro en la cama. Con las tardes, los conciertos se prolongaban, yo, me aficionaba cada vez más a la música clásica y a ella le llegó a apasionar verse en las fotos que en ocasiones le hacía. ¡Por Dios! Hasta alguien que no supiera ni encender una cámara de fotos, sacaría un buen retrato de ella. Rubia pajiza, pelo rizado, melena abundante, su cuerpo tenía mas curvas que un saxo tocado por Charlie Parker.
  Un mal día, le sobrevino una desgracia. A causa de un accidente de tráfico, tuvieron que amputarla el brazo izquierdo y pasó dos meses y medio en coma por una embolia cerebral. Algunas tardes, cuando iba a verla al hospital, la ponía discos de jazz y blues y el electrocardiograma marcaba ritmos de bebop. Cuando por fin se recuperó, pasó muchos meses encerrada en casa, se miraba el rostro en el agua del retrete por evitar la claridad del espejo. Ni siquiera atendía ya mis llamadas. Con el tiempo, la depresión pasó, y ahora vive de una pensión de invalidez y de lo que le cobra a algunos ricos por acostarse con ella.
   Ayer volvió a llamarme. Fui a su casa, sin cámara. Hablamos, escuchamos viejos discos de jazz y acabamos en la cama haciendo el amor. A la mañana siguiente me dijo:
   -Cariño, te prefiero a ti antes que a otros porque, entre otras muchas cosas, tus besos no saben ni a tabaco ni a clítoris de otras.

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