Por si te acuerdas de mí
te he apuntado en una barra de hielo
mi dirección y mis mejores deseos...
te he apuntado en una barra de hielo
mi dirección y mis mejores deseos...
La cabra mecánica
Cuando él abandonó la casa y a ella dentro, dejó olvidado su cepillo de dientes en el vasito que había encima del lavabo. Ahora ella, algunas noches, se masturba con ese cepillo por sentir, todavía, su aliento entre sus ingles y su vagina.
Me lo contó una noche, en un club al que fui a caer porque tuve la fuerza suficiente en mis manos para empujar mis pies. No estaba pasando uno de mis mejores momentos. Aquella noche, parecía que el gin-tonic me bebía a mí y la luz de aquel antro alumbraba toda la sala excepto mi mesa. De repente, llegó, se sentó y empezó a hablar:
-Encanto, no se qué hice para que me abandonara sin decir un ruido y olvidándose el cepillo de dientes en el lavabo. Te juro que estaba enamorada de él, aunque no fuera un tipo de revista, tenía algo que le hacia diferente. Era capaz de andar por el teclado de un piano sin hacer ruido. ¡Por Dios! No sé que hice mal. Quizá tendría que haber hecho caso a sus palabras, certeras, breves. Tanto es así que de cinco palabras cuatro eran silencios y una, parecía un proyectil de plata. No, no era el tipo más guapo del barrio, ni del distrito, pero, ¡oh cielos!, en su mano era capaz de congelarse el agua y en su pecho hervía el hielo. Una vez me dijo “nena, una doctora que conocí me diagnosticó cáncer de ternura, pero tranquila, me dijo que no era contagioso ni que tampoco me podía matar, lo único que envejecería más rápido”. Aún así yo seguía queriéndole. Cierto que estaba más preocupado por su caligrafía que por su aspecto físico, pero, ¡joder!, era capaz de calmarme los ataques de ansiedad con el susurro de su voz. Recuerdo cuando le regalé aquel reloj, lo primero que hizo fue quitarle la pila y me dijo “¿qué quieres nena? ¿Qué ya vaya contando los minutos que me quedan?” y después lo tiró a la basura. No sé, no consigo explicármelo. Esta mañana cuando desperté, había en la nevera una nota “en el fregadero hay un hielo, te apunté mi nuevo número de teléfono y mi dirección”. Ni siquiera me dejó un beso, encanto, ni siquiera un beso.
Cuando se cansó de hablar, se levantó, andó hacia la pista de baile y allí le esperaba un tipo, tan paleto, que llevaba los pantalones ajustados con un cordel en vez de un cinturón. Antes de que se marchara acerté a decirla:
-Muchacha, si el amor te dura tanto como la pena, la próxima vez prueba a enamorarte por correo postal.
Creo que no me oyó, y el gin-tonic terminó de beberme.
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