martes, 26 de octubre de 2010

Garantías

Déjame esta noche, soñar contigo.
Zenet.

Recuerdo aquella noche. Fue después de la cena y
de que sus pies me enseñaran la caligafría de algún baile.
Me acarició la cara, me miró a los ojos y me dijo:
-Encanto, no puedo asegurarte nada, pero mientras tanto tu sueña conmigo.
-Nena, si me garantizas que los sueños se cumplen, entonces, soñaré contigo.
Luego, salí a la calle, subí a mi viejo Cadillac y sin ganas de conducir,
recliné el asiento y miré por el retrovisor. La lluvia dibujaba una gabardina para
el tiempo y era capaz de ver a Rebeca Jiménez restregar su culo por el piano
de aquel club mientras cantaba "De haberlo sabido".

miércoles, 20 de octubre de 2010

Alexxa

Por si te acuerdas de mí
te he apuntado en una barra de hielo
mi dirección y mis mejores deseos...
La cabra mecánica

Cuando él abandonó la casa y a ella dentro, dejó olvidado su cepillo de dientes en el vasito que había encima del lavabo. Ahora ella, algunas noches, se masturba con ese cepillo por sentir, todavía, su aliento entre sus ingles y su vagina.
  Me lo contó una noche, en un club al que fui a caer porque tuve la fuerza suficiente en mis manos para empujar mis pies. No estaba pasando uno de mis mejores momentos. Aquella noche, parecía que el gin-tonic me bebía a mí y la luz de aquel antro alumbraba toda la sala excepto mi mesa. De repente, llegó, se sentó y empezó a hablar:
   -Encanto, no se qué hice para que me abandonara sin decir un ruido y olvidándose el cepillo de dientes en el lavabo. Te juro que estaba enamorada de él, aunque no fuera un tipo de revista, tenía algo que le hacia diferente. Era capaz de andar por el teclado de un piano sin hacer ruido. ¡Por Dios! No sé que hice mal. Quizá tendría que haber hecho caso a sus palabras, certeras, breves. Tanto es así que de cinco palabras cuatro eran silencios y una, parecía un proyectil de plata. No, no era el tipo más guapo del barrio, ni del distrito, pero, ¡oh cielos!, en su mano era capaz de congelarse el agua y en su pecho hervía el hielo. Una vez me dijo “nena, una doctora que conocí me diagnosticó cáncer de ternura, pero tranquila, me dijo que no era contagioso ni que tampoco me podía matar, lo único que envejecería más rápido”. Aún así yo seguía queriéndole. Cierto que estaba más preocupado por su caligrafía que por su aspecto físico, pero, ¡joder!, era capaz de calmarme los ataques de ansiedad con el susurro de su voz. Recuerdo cuando le regalé aquel reloj, lo primero que hizo fue quitarle la pila y me dijo “¿qué quieres nena? ¿Qué ya vaya contando los minutos que me quedan?” y después lo tiró a la basura. No sé, no consigo explicármelo. Esta mañana cuando desperté, había en la nevera una nota “en el fregadero hay un hielo, te apunté mi nuevo número de teléfono y mi dirección”. Ni siquiera me dejó un beso, encanto, ni siquiera un beso.
   Cuando se cansó de hablar, se levantó, andó hacia la pista de baile y allí le esperaba un tipo, tan paleto, que llevaba los pantalones ajustados con un cordel en vez de un cinturón. Antes de que se marchara acerté a decirla:
   -Muchacha, si el amor te dura tanto como la pena, la próxima vez prueba a enamorarte por correo postal.
   Creo que no me oyó, y el gin-tonic terminó de beberme.

lunes, 18 de octubre de 2010

Beatrice

O fortuna
Velut luna.
Carmina Burana

Cuando la conocí, tocaba el violonchelo en una reputada orquesta de música clásica. Tenía buen sueldo, se permitía caprichos y vivía en un apartamento de diseño en pleno centro de la capital. Algunas tardes, me llamaba para que fuera a su casa. Me recibía desnuda, escondida tras el violonchelo y me ofrecía un concierto privado de música clásica. Los primeros días, el concierto no pasaba de las primeras cuatro notas, y acabábamos dislocándonos el uno al otro en la cama. Con las tardes, los conciertos se prolongaban, yo, me aficionaba cada vez más a la música clásica y a ella le llegó a apasionar verse en las fotos que en ocasiones le hacía. ¡Por Dios! Hasta alguien que no supiera ni encender una cámara de fotos, sacaría un buen retrato de ella. Rubia pajiza, pelo rizado, melena abundante, su cuerpo tenía mas curvas que un saxo tocado por Charlie Parker.
  Un mal día, le sobrevino una desgracia. A causa de un accidente de tráfico, tuvieron que amputarla el brazo izquierdo y pasó dos meses y medio en coma por una embolia cerebral. Algunas tardes, cuando iba a verla al hospital, la ponía discos de jazz y blues y el electrocardiograma marcaba ritmos de bebop. Cuando por fin se recuperó, pasó muchos meses encerrada en casa, se miraba el rostro en el agua del retrete por evitar la claridad del espejo. Ni siquiera atendía ya mis llamadas. Con el tiempo, la depresión pasó, y ahora vive de una pensión de invalidez y de lo que le cobra a algunos ricos por acostarse con ella.
   Ayer volvió a llamarme. Fui a su casa, sin cámara. Hablamos, escuchamos viejos discos de jazz y acabamos en la cama haciendo el amor. A la mañana siguiente me dijo:
   -Cariño, te prefiero a ti antes que a otros porque, entre otras muchas cosas, tus besos no saben ni a tabaco ni a clítoris de otras.

Tiempo suficiente

With or without you
U2 (The Joshua tree)

Le conocí enamorado. Y sigue enamorado. Tiene en la mirada la tristeza de una batalla y la ilusión de un niño y en sus oídos cientos de canciones que le recuerdan a ella. Lleva enamorado el tiempo suficiente como para saber que nunca estará a su lado.
-Le diría tantas cosas, muchacho, que siempre, al final, me quedo callado mirándola a los ojos.
-Y ella ¿qué dice?- le pregunté.
-Vayamos a casa, te invito a una copa- y así zanjó la conversación.
Por lo que le conozco, le falta valor y le sobra caballerosidad. Intimista y reservado, nunca revela la talla de sus calzoncillos ni el color de su corazón. Acapara en su apartamento un gran número de cartas sin mandar, hojas arrancadas de libros de poesía, miles de discos y algún centenar de casetes. Mientras me dice que vaya sirviendo la bebida, él rebusca entre los discos, abre y cierra cajas, desentierra alguno de entre las cartas, rescata otro perdido tras la cajonera o debajo del sillón.
-Aquí está, escucha.
Le observo detenidamente. Estudio la delicadeza con que manipula el disco, y luego, veo como mira por la ventana, con la mirada perdida, sonriendo, como si de verdad ella pasara, en ese preciso instante, por la calle.
Y mientras él bebe un gin-tonic y yo una cerveza U2 suena con el volumen idóneo para que me pueda contar cada uno de los detalles de aquella chica. Incluso el color de la tiranta del sujetador cuando ella llevaba camiseta de tirantes.
-Dios Santo muchacho, aquella tiranta negra debía ser la mismísima autopista al paraíso.

domingo, 10 de octubre de 2010

Gafas de rock para ver un coche

Para el Chrysler Neon

¿Dónde están las gafas de Mike?
Quique González.

Al me dijo que esas gafas me quedarían bien. Unos días más tarde me las compré y después, en un viejo Ford Capri alquilado fui a recogerle. Desde entonces, el es John y yo soy Mike:
  -Tenías razón, estas gafas me quedan bien, ahora vamos, tenemos un asunto pendiente.
La radio del coche saltaba de Antony and the Johnsons a Quique González, de R.E.M a Sabina y por ahí seguido. En la guantera, tickets de gasolina caducados y envoltorios de sandwiches y empanadas. Atrás, dejábamos una nube de polvo, una gasolinera sin surtidores y a la dependienta de la tienda. Teníamos un asunto pendiente, más importante que la rubia del café.
  Sé que Al no quería pasar por aquel trago, pero era algo necesario. Cuando llegamos a aquel cementerio de coches, Al intentó bajarse del Capri en marcha, pero imaginándome su reacción, yo, ya había bajado los cerrojos. Aparqué el coche, nos bajámos y ahí estaba, el viejo Chrysler, aquella discoteca móvil que a tantos conciertos nos ha llevado, que a tantas piernas de chicas nos ha alumbrado en los semáforos de Gran Vía, que alojó en su interior un cochinillo asado hace un par de Nochebuenas.
  Sin mediar palabra, me quité mis gafas de rock y se las presté a Al. Mientras tanto, yo fui al coche, me senté, puse un disco de Lucinda Williams y me surgió el título de una nueva canción. "Old Chrysler".

sábado, 9 de octubre de 2010

Capitán de barco (de papel)

Naufragué hace algún tiempo, cuando no era capitán,
patrón, ni marinero, en un mal barco de papel.
Ahora, me convertitré en capitán,
con paciencia y mimo, me construiré un hermoso barco de papel
y zarparé hacia el mar de tus labios.
Deparame un mar tranquilo o un maremoto de "te quieros"
deparame el cielo de tus ojos y no unos párpados cerrados
deparame una suave brisa con tu cabello
y si he de naufragar, que sea hacia el Sur.

domingo, 3 de octubre de 2010

Reaparición de Bukowski a caballo

hay un pájaro azul en mi corazón que
quiere salir
Charles Bukowski

Le vi la otra noche, cuando regresaba a casa, de madrugada. Cruzó la calle en un hermoso caballo blanco. Primero no se dió cuenta, y yo me quedé sentado en el coche, pensando en esos labios y escuchando alguna canción. En algun momento, se cayó una estrella y justo en ese preciso instante, los nudillo de la mano de Bukowski, golpeaban la ventanilla del coche. Llevaba un gorro rojo de lana, y el aroma de miles de botellas de alcohol en las pupilas. Montaba un caballo sin silla.
  Cuando reaccioné y bajé la ventanilla, sin tiempo para nada, me arrojó al interior un pájaro azul. Piába despacito, en el asiento del copiloto, mientras Bukowski, cabalgaba calle abajo en aquel hermoso caballo blanco. Poco a poco, aquel pájaro azul empezó a hacerse hueco entre mi boca y mis dientes, perdio alguna pluma en mi lengua, y ahora resulta que soy yo el que tiene un pájaro azul en el corazón, "y es tan tierno como/ para hacer llorar/ a un hombre, pero yo no/ lloro,/ ¿lloras tú?."